II

A veces pienso en Arlet y me pregunto qué habrá sido de ella.
Han pasado diez años de aquella amistad y aún a día de hoy hay épocas en las que la recuerdo y me pongo triste.
Estoy cansada de esta maldición que me persigue, la incapacidad del olvido y el saber que siempre seré yo la que ama y recuerda.
Mi vida no es ni de lejos la de aquellos quince años y, sin embargo, siento la fragilidad de mi adolescencia en esta inseguridad tras haberla perdido. Cada vínculo roto, ya sea por conflicto o inevitable desgaste temporal, conlleva una decepción que soy incapaz de asimilar. Diez años no han sido suficientes para paliar la añoranza de una amistad intensa y pura.
¿Pensará ella alguna vez en mí?

Arlet es un ejemplo, pero convivo siempre bajo la sombra del olvido.
¿Me extrañarán aquellas personas que un día me sostuvieron y a quienes yo también di la mano?
¿Es que acaso estoy condenada a vivir en el pasado?
¿Cuántas almas habrán borrado de un plumazo mi paso tal vez efímero por sus vidas?

Me gustaría un día poder charlar y preguntarle qué fui para ti. Quién fui. Qué soy. Qué he significado. Se ha visto tu existencia alterada en algún modo por mi presencia.
No es ego, es ansia de saber, de entender, de conocer si lo que yo experimento como vínculos profundos son meras ilusiones. Si me engaño cuando miro a alguien a los ojos y dejo que se instale en un huequito de mi alma.

Quisiera saber, tener por un momento consciencia plena del universo y comprender, sobre todo comprender, por qué he de sentir siempre de esta manera.

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