XII

Hay un monstruo bajo mi cama, sin boca ni extremidades, y no encuentro las palabras para describir su impaciencia.

Se arrastra, se revuelve y araña la funda de mi colchón. Golpea las paredes. Hace ruido, ruido, ruido. Y no me deja dormir.

Porque en mitad de la madrugada chilla, y en su llanto escucho el mío, su sollozo me lleva a casa.

Pongo plena conciencia en cada sonido que articula porque, realmente, me atrae su debilidad.

Escucho el crujir de sus huesos oxidados, la extenuante cantinela que me susurra entre sueños.

Me ha dicho su nombre y no me atrevo a repetirlo tres veces frente al espejo porque en realidad ya está en mí.

Y no quiero desaparecer.

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